La familia que provocó el incidente del domingo llevaba una semana ocupando la habitación 516 de La Arrixaca. La joven ingresada se encontraba en fase terminal. Los suyos sabían que iba a morir, que no había solución. Sin embargo, cuando el domingo por la tarde se produjo el desenlace, la tensión estalló. «Me avisaron de que estaba con los estertores, y fui a comprobar si respiraba», recuerda uno de los profesionales que atendió a la paciente, y que prefiere mantener su anonimato para evitar posibles represalias.
«Todo el mundo empezó a gritar, había mucha gente: quizá 40 o 50. Empezaron a pedir que viniese la médico. La chica estaba ya muerta y son los enfermeros los encargados de comprobar las constantes vitales, pero ellos estaban muy nerviosos. La doctora tardó unos diez minutos en llegar, y cuando les informamos de la muerte, empezaron a dar golpes a la pared y a la cama. Gritaban: Vamos a matar a la médico».
La facultativa, una médico interno residente (MIR), se encerró en el control de enfermería mientras sus compañeros trataban de controlar la situación. «Llamamos a los vigilantes de seguridad, pero los echaron a empujones. Ni siquiera podíamos entrar en la habitación para hacer el electrocardiograma obligado por ley y para amortajar el cadáver». Los profesionales se refugiaron en el control, mientras el resto de pacientes y familiares de la planta asistían atónitos y aterrados a la escena.
En una de las habitaciones más cercanas a la 516 recuerdan cómo tuvieron que cerrar la puerta y esperar a que todo pasara. «Mi madre tuvo que pedir un ansiolítico», cuenta una de estas personas. Afortunadamente, la Policía Nacional acudió enseguida. No hubo violencia. Los agentes hicieron entrar en razón a los familiares de la joven y escoltaron a los sanitarios, que pudieron por fin sacar el cadáver y terminar su trabajo.
Pese a que todavía tienen el susto en el cuerpo, la mayoría de los profesionales atacados estaban ayer de nuevo en su puesto de trabajo. Aquí están acostumbrados a situaciones de estrés y de tensión, pero no a una agresión de este calibre. «Hay que ser comprensivos con la reacción que cada uno tiene ante la muerte de un ser querido, pero este tipo de cosas no se pueden tolerar. Aquí mueren pacientes casi todos los días, y nadie reacciona así», cuenta uno de los enfermeros de la planta. «El problema se crea cuando se permite que haya 20 o 30 personas con el enfermo. Si solo hubies dos o tres, no se produciría una reacción así. Los nervios se contagiaron entre todos y la situación estalló».